Un Extraño Visitante

     Juan era un chico muy curioso del Norte de Paraguay que nunca creyó en fantasmas, mitos o leyendas, pero siempre tocaba el tema con un poco de temor a que fueran verdad.

    Un día, suena el teléfono ¡Eran sus primos! Lo habían invitado para pasar unas vacaciones de verano en la ciudad de Paraguarí, de donde era oriundo su tío (esposo de su tía de sangre) y lugar donde residía para ese entonces parte de ese núcleo familiar compuesto por la tía, el tío, el primo y dos primas, de las cuales, solo una habitaba con la familia.

    Llegó el gran día que Juan tanto había esperado: el del viaje. 

    Pasaron por él otros primos con los que iba a viajar, y partieron rumbo a Paraguarí.

    El viaje era muy entretenido. Charlas van, charlas vienen, los primos planifican qué hacer cuando vayan y vean a sus demás primos que no los veían hace rato. Y a sus tíos.

    Cuando llegaron, todo fue diferente, pero en el buen sentido. Un ambiente muy agradable y cálido.

    Pero a Juan no le salía de la cabeza una historia que la madre le había contado cuando éste era pequeño: la de un tío que no creía en el Pombero y por las noches, cuando iba de casería o acampaba, sus amigos no lo querían porque se pasaba llamando a este ser; según los relatos que había escuchado Juan, este duende nunca se le había aparecido al tío que lo llamaba y lo molestaba. 

    Entonces, pasó así. Juan espera que llegue la noche, siempre con ese pensamiento en la cabeza, el de imitar al tío del relato de su madre y salir a silbar en el monte o cuanto menos en el patio. Y así lo hace. Empieza a tirar piedras en la oscuridad y a llamarlo, aunque no muchas veces, si fueron más de un par. Cantidad que fue más que suficiente para que cuando su tío, dueño de casa, llegara al día siguiente, cierre todas las ventanas, puertas y todo lo que de hacia el exterior, quedándose afuera, en el corredor de la casa, una perra de 15 años (humanos) de edad.

    La mascota empieza a raspar la puerta pidiendo auxilio, temiéndole a algo que no veíamos pero sabíamos de qué se trataba, como si hubiese visto algo. Cabe destacar que los tíos de Juan se mudaban cada tantos años y la perra había recorrido muchas ciudades, no temiéndole así a cualquier cosa o animal que pudiese aparecer en la casa. 

    El tío de Juan le comienza a levantar la voz, diciéndole que en su casa no volvería a hacer eso, recriminándole por qué lo hizo. Por qué había llamado o molestado a ese ser. 

                                                                                                                                                                                             

                                                                                         CONTINUARÁ...